Descubrió
que en zanjas y charcos en ambientes donde imperaba la suciedad y el
abandono, crecía el pequeño zancudo de patas rayadas: el mosquito que
con su picada transmitía la enfermedad de un cuerpo a otro.
Tenía
otro reto por delante: buscar cómo exterminar el flagelo, se hacía
necesario librar una batalla de limpieza y crear una vacuna que
impidiera tanta muerte. Hacia esto volcó el galeno sus días y noches,
llamó a la comunidad a mantener la higiene y creó la vacuna.
Tuvo
que enfrentar la incredulidad de muchos, por lo que la primera prueba
fue en su propio brazo. Finlay quedó para la historia como el médico que
descubrió las causas que provocaban la Fiebre Amarilla, se impuso a su
época con valor, librando una batalla contra sus opositores y contra el
mosquito y el final: la cura de tan nefasta enfermedad. Hoy la Medicina
cubana le recuerda como un precursor de las investigaciones médicas y un
valiente profesional.
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