martes, 31 de enero de 2017

También era una joya

Tomado de Granma 

Marta García, una de las más prestigiosas figuras del Ballet Nacional de Cuba y de la escuela cubana de ballet, falleció en horas de la madrugada del pasado domingo 29, en la ciudad de Madrid, víctima de una cruel enfermedad, contra la que luchó estoicamente durante varios años.
Nacida en Guanabacoa, tierra de ilustres artistas, y dominada por una irrefrenable vocación, obtuvo allí los primeros reconocimientos en el difícil arte de la danza, cuando con solo tres años de edad, el 17 de noviembre de 1952, acaparó la atención de todos con su triunfo en la Corte Suprema del Arte, popular certamen de artistas aficionados que por aquella época hacía extensiva sus actividades al Teatro Ensueño de su localidad natal. Se iniciaba así un camino de triunfos por el que transitaría .
En 1959 una alborada de esperanza la sorprende en su batalla por encontrar un lugar seguro para su afición en aquella sociedad hostil y excluyente. En 1961, la «estrellita» mimada, la reina infantil de la televisión cubana, que acaparaba publicidades, lauros y altos salarios, no vaciló en tomar la sabia decisión de abdicar su endeble trono y cambiarlo por un modesto uniforme de alumna de la Escuela Provincial de Ballet de La Habana.
 Allí, bajo la guía de las profesoras Ana Leontieva y Eugenia Klemétskaya, avanzó por un sendero seguro, hasta graduarse en 1965 en la primera promoción de la Escuela, año en que pasa a formar parte del elenco del Ballet Nacional, bajo la guía de Alicia y Fernando Alonso, conjunto donde en 1974 alcanzó el rango de Primera bailarina, el que mantuvo hasta su retiro de la escena como intérprete en el 2000.
Fue artista invitada de importantes compañías y eventos de la danza internacional como el Ballet del Teatro de la Ópera de Budapest; el Ballet de Bellas Artes de México; la Gala de Estrellas de Montecarlo; y el Festival Internacional de Ballet de Trujillo, Perú.

En el 2014 publicó su libro autobiográfico Danzar mi Vida, en el cual dejó testimonio de su lealtad al arte, a la amistad y a los grandes valores éticos y estéticos que caracterizaron su órbita estelar por los escenarios de Cuba y el mundo.
Con su muerte física el Ballet Nacional pierde a uno de sus más brillantes miembros históricos y la danza escénica cubana  a una de sus representantes más genuinas y brillantes.

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