miércoles, 23 de noviembre de 2016

Michael Moore in TrumpLand

 Tomado de Granma digital
No se ha exhibido aún en ninguna de nuestras pantallas, pero necesariamente habrá que verlo, y pronto, atendiendo a que es un filme realizado con sustancias inflamables que ahora mismo están sobre una hornilla de cocción impredecible: Michael Moore in TrumpLand.
Cuando el cineasta ––seguidor  de Bernie Sanders–– diera a conocer sorpresivamente este documental faltando unas  tres semanas para celebrarse las elecciones en los Estados Unidos, los medios se precipitaron en anunciarlo como una arremetida de tanques contra el entonces candidato republicano a la presidencia, Donald Trump.
Y si bien es cierto que el magnate de las finanzas devenido político sale mal parado, las consideraciones sociales, políticas y humanas que del documental emanan, en relación con los Estados Unidos,  son tan significativas como la intención propagandística de hacer que los votantes, aunque la consideren «mala» y la «odien» —como dice el mismo  Michael Moore— se decidan por Hillary Clinton.
Si se tiene en cuenta que meses antes de rodar Michael Moore in TrumpLand el cineasta había pronosticado con todo la amargura de su alma que Trump sería elegido presidente (y además exponía las razones), entonces su más reciente entrega podría interpretarse como un esfuerzo desesperado para que su profecía no se concrete.
Para rodar su documental, Moore se va a bailar a casa del trompo; es decir, planta sus cámaras durante dos noches en un teatro de Wilmington, Ohio, bastión de republicanos que en las primarias votaron ampliamente por Trump. Y allí se convierte en un verdadero «show man» de la política: serio o  sarcástico, incisivo y aplastante, siempre bien informado, establece un largo monólogo con la au­diencia sin que el interés decaiga. Por supuesto, parte del encuentro está hábilmente pensado e incluso antes de comenzar dice él,  paródico, que aquellos presentes  de origen mexicano han sido aislados en un balcón, detrás de un muro (se ve un muro de cartón) y los musulmanes, en otro lado del teatro, «serán vigilados por un dron».
No falta la comprensión suya hacia los seguidores de Trump que, cansados de las promesas incumplidas del sistema, quieren un cambio, pero les pide que se lo piensen dos veces antes de votar.
También presenta materiales humorísticos filmados en relación con lo que sería un gobierno bajo el mandato de Trump  y otros acerca de la Clinton y, de paso, Obama no escapa por hacer menos de lo prometido. Queda claro que aunque la critique a ella y le saque a relucir no pocos errores, en especial durante su etapa como secretaria de Estado, el recurso del método es el reproche para después ir al rescate. O lo que es igual: asumir la teoría del «mal menor» y dejar abierta la posibilidad de que, tras largos años de ser silenciada en Washington, de ser amordazada en la Casa Blanca por su condición de mujer, la candidata venga ahora dispuesta a hacer  lo que nunca pudo.
Y al sacar a relucir un viejo interés de ella por el mejoramiento de la salud pública, Moore expone cifras estremecedoras que, con su tono enfático, le saca lágrimas a parte de la audiencia: además de honrar ca­da año a las tres mil víctimas que per­dieron su vida con el derrumbe de las Torres Gemelas, habría que re­cordar también a las 50 000 personas que, por carecer de un buen seguro de vida, mueren anualmente en los Es­tados Unidos. ¡Un millón cada veinte años!, dice, y no faltan los aplausos.
Ver la reacción de los presentes, filmada en buena medida mediante cámara oculta, complementan la intención analítica del documental; máxime si se sabe que la audiencia es pro Trump, con no pocos huraños de brazos cruzados y otros entusiasmados ante lo que están oyendo.
No han faltado los que sugieren (al ver la manera con que el realizador termina dominando a la audiencia) que el chispeante Michael pudo haber infiltrado en el teatro a unos cuantos que estuvieran de su lado, lo que está por comprobarse y, a fin de cuentas, no importaría demasiado.
Las elecciones tuvieron lugar y el almanaque pudiera hacer pensar que la urgente realización de Mi­chael Moore in TrumpLand ha perdido vigencia.
En lo absoluto.
Entre risas, risotadas, tonos altisonantes y lágrimas, el filme es una amarga lección de lo que desde hace rato con elecciones, o sin ella, viene sucediendo.

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