Tomado de Granma digital
No se ha exhibido aún en ninguna de nuestras pantallas, pero
necesariamente habrá que verlo, y pronto, atendiendo a que es un filme
realizado con sustancias inflamables que ahora mismo están sobre una
hornilla de cocción impredecible: Michael Moore in TrumpLand.
Cuando el cineasta ––seguidor de Bernie Sanders–– diera a conocer
sorpresivamente este documental faltando unas tres semanas para
celebrarse las elecciones en los Estados Unidos, los medios se
precipitaron en anunciarlo como una arremetida de tanques contra el
entonces candidato republicano a la presidencia, Donald Trump.
Y si bien es cierto que el magnate de las finanzas devenido político
sale mal parado, las consideraciones sociales, políticas y humanas que
del documental emanan, en relación con los Estados Unidos, son tan
significativas como la intención propagandística de hacer que los
votantes, aunque la consideren «mala» y la «odien» —como dice el mismo
Michael Moore— se decidan por Hillary Clinton.
Si se tiene en cuenta que meses antes de rodar Michael Moore in
TrumpLand el cineasta había pronosticado con todo la amargura de su alma
que Trump sería elegido presidente (y además exponía las razones),
entonces su más reciente entrega podría interpretarse como un esfuerzo
desesperado para que su profecía no se concrete.
Para rodar su documental, Moore se va a bailar a casa del trompo; es
decir, planta sus cámaras durante dos noches en un teatro de Wilmington,
Ohio, bastión de republicanos que en las primarias votaron ampliamente
por Trump. Y allí se convierte en un verdadero «show man» de la
política: serio o sarcástico, incisivo y aplastante, siempre bien
informado, establece un largo monólogo con la audiencia sin que el
interés decaiga. Por supuesto, parte del encuentro está hábilmente
pensado e incluso antes de comenzar dice él, paródico, que aquellos
presentes de origen mexicano han sido aislados en un balcón, detrás de
un muro (se ve un muro de cartón) y los musulmanes, en otro lado del
teatro, «serán vigilados por un dron».
No falta la comprensión suya hacia los seguidores de Trump que,
cansados de las promesas incumplidas del sistema, quieren un cambio,
pero les pide que se lo piensen dos veces antes de votar.
También presenta materiales humorísticos filmados en relación con lo
que sería un gobierno bajo el mandato de Trump y otros acerca de la
Clinton y, de paso, Obama no escapa por hacer menos de lo prometido.
Queda claro que aunque la critique a ella y le saque a relucir no pocos
errores, en especial durante su etapa como secretaria de Estado, el
recurso del método es el reproche para después ir al rescate. O lo que
es igual: asumir la teoría del «mal menor» y dejar abierta la
posibilidad de que, tras largos años de ser silenciada en Washington, de
ser amordazada en la Casa Blanca por su condición de mujer, la
candidata venga ahora dispuesta a hacer lo que nunca pudo.
Y al sacar a relucir un viejo interés de ella por el mejoramiento de
la salud pública, Moore expone cifras estremecedoras que, con su tono
enfático, le saca lágrimas a parte de la audiencia: además de honrar
cada año a las tres mil víctimas que perdieron su vida con el derrumbe
de las Torres Gemelas, habría que recordar también a las 50 000
personas que, por carecer de un buen seguro de vida, mueren anualmente
en los Estados Unidos. ¡Un millón cada veinte años!, dice, y no faltan
los aplausos.
Ver la reacción de los presentes, filmada en buena medida mediante
cámara oculta, complementan la intención analítica del documental;
máxime si se sabe que la audiencia es pro Trump, con no pocos huraños de
brazos cruzados y otros entusiasmados ante lo que están oyendo.
No han faltado los que sugieren (al ver la manera con que el
realizador termina dominando a la audiencia) que el chispeante Michael
pudo haber infiltrado en el teatro a unos cuantos que estuvieran de su
lado, lo que está por comprobarse y, a fin de cuentas, no importaría
demasiado.
Las elecciones tuvieron lugar y el almanaque pudiera hacer pensar que
la urgente realización de Michael Moore in TrumpLand ha perdido
vigencia.
En lo absoluto.
Entre risas, risotadas, tonos altisonantes y lágrimas, el filme es
una amarga lección de lo que desde hace rato con elecciones, o sin ella,
viene sucediendo.
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